Puede que nos quedemos atorades en quejarnos de las cosas, pero cuando es así, es porque algo en nosotres no ha encontrado resolución, y el mejor bálsamo para esto es la validación y la compasión, no obligarnos a ver el lado positivo de las cosas o dejar de quejarnos.

Vivimos en una cultura que seguido insiste que le “echemos ánimo” a todo… encuentro que es el caso en todos los lugares en los que he vivido, quizás con algunos matices, pero de forma lo suficientemente general para nombrarlo como patrón.

Posiblemente hayas notado que la gente en general tiende a estar incómoda con las quejas. Puede que sea una preocupación bien intencionada por tu bienestar, o quizás es un temor o una incomodidad en sentirse jalada por la negatividad del otro porque ya está abrumada por una batalla propia. O quizás se debe a una creencia arraigada de que deberíamos poder cambiar cómo nos sentimos, porque “nuestra percepción crea nuestra realidad” (algo que no es del todo desatinado, pero que suele carecer de un entendimiento real de cómo funciona nuestra consciencia).

Cualquiera que sea la razón, seguido hay un entendimiento implícito de que no deberíamos quejarnos, o que la queja se debería reservar para la trastienda de las amistades más cercanas… llevando a esa costumbre argentina de responder jocosamente, “bien, ¿o te cuento?” cuando nos preguntan cómo estamos.

Haríamos bien en dejar más lugar para que otres se quejen, y permitirnos a nosotres mismes quejarnos también. Les bebés, les niñes y los animales saben cómo hacer esto instintivamente—y de ahí el dicho mexicano de “niño que no llora no mama”. La queja puede ser una importante liberación del sistema nervioso, y es una petición de apoyo o conexión. Es un mecanismo de supervivencia natural para conseguir rescate, atención o simplemente empatía y entendimiento.

También es cierto que nos podemos volver quejiques empedernidos, en un tipo de evasión automática que hace que evitemos tomar acción o estar con nuestra incomodidad o dolor. A veces nos desahogamos y volvemos a aguantar lo que sea que estemos aguantando. Pero yo diría que ese posible punto de atasco también se debe a algo que necesita atención en nosotres. Quizás es un miedo a tomar acción, o la inhabilidad de ver una salida. Y, de nuevo, la mejor medicina para acercarnos a ese punto de atasco es la curiosidad y la compasión.

Por ende, no puedes fallar al acercarte un poquito más a eso que te aflige, o que aflige a alguien que te importa, sin querer moverlo de inmediato. A tomar un momento de pausa y estar más presente con ello.