La primera vez que escuché el término “evitación patológica de la demanda” (EPD, también conocida comúnmente como “PDA*” por sus siglas en inglés)—una descripción de un conjunto de comportamientos que suelen caracterizarse por una evitación extrema de las demandas y peticiones cotidianas—me sentí a la vez criticada y molesta. Pensé “¡Oh no, esa soy yo!”(mientras imaginaba a un séquito de familiares, amigos, jefes, compañeros de trabajo y profesores asintiendo con vehemencia). Y de inmediato pensé “¡¡PERO, PERO, PERO…!!” (aunque mi crítico interior, en su expresión típicamente capacitista, se preguntaba si esos “peros” en sí eran evidencia de mi evitación, o PDA).
Algún tiempo después me encontré con una publicación que redefinía la PDA como un “impulso persistente por la autonomía”, una descripción alternativa que me pareció mucho más amigable y simplemente más acertada.
Al explorar esa sensación interna de empecinarme o resistir cuando alguien me exige algo (o incluso me sugiere que haga algo), me doy cuenta de que siempre ha estado acompañada de una sensación de parálisis y ataque, o de perder la libertad de elegir cómo y cuándo hacer las cosas (a pesar de que otra parte de mí a veces logra fingir que no es así). He pasado toda mi vida sintiendo que nado contracorriente, constantemente bajo presión de cómo se supone que debería actuar, pensar o sentir, cuando no concuerda en lo absoluto con cómo trabaja mi mente, el ritmo al que proceso la experiencia o mi funcionamiento natural. Y no sólo eso: mi “disciplina” y mi capacidad de “cumplir” han sido cuestionadas tan continuamente que me he acostumbrado a cuestionarlas yo mismæ. Hasta el punto de que a menudo me provoco una respuesta de “evitación de demanda” interna (es decir, al proponerme hacer algo me creo tanto presión interna que igual me paralizo).
Las consecuencias de esto en mi vida han sido complejas, debilitantes y de gran alcance, pero un pequeño momento que me viene a la mente mientras escribo esto es cómo, de niñæ, tenía un deseo ardiente de aprender a tocar el piano. Me pasaba las visitas a casa de mi tía descifrando partituras, con su ayuda ocasional y su apoyo invaluable (una de las pocas “maestras” que tuve que fue capaz de moldear su enseñanza a mi forma de aprender). Estaba tan obsesionadæ que creo que incluso les rogué a mis padres que me inscribieran en clases. Pero en cuanto tuve un profesor de piano y clases formales, perdí el interés. Mi progreso se detuvo por completo a pesar de todas las recompensas que me prometían por practicar.
Hasta hace poco, pensé que ese momento había sido un enorme fracaso en disciplinarme.
Pero ¿qué pasaría si no consideráramos esto una respuesta patológica? ¿No sería mucho más sabio entender que, como humanes neurodivergentes, ya sea que tengamos mentes de selva tropical, seamos autistas o VAST (TDAH), tengamos sensibilidades de procesamiento sensorial o estemos cableados atípicamente, estamos completamente hartes de ser empujades y provocades a hacer cosas de maneras que no nos convienen? Porque simultáneamente también noto las partes de mí que se deshacen por agradar y complacer tanto a seres querides como a extrañes. Noto cómo una parte de mí amaría poder “simplemente decir que sí”, pero no puede. Como soy consciente de estas otras partes de mí y del espacio considerable que ocupan en mi sistema interno, sé que no es sólo una testarudez obstinada lo que me hace resistir la demanda.
Y meditando más sobre ello, pienso: incluso mejor que, o además de, replantear la evitación de la demanda como un “impulso persistente de autonomía”, la caracterizaría como un “deseo persistente de tener agencia”, de poder escoger. Siempre que tengo la oportunidad de moverme a mi propio ritmo, con suficiente espacio, inevitablemente me desatoro y avanzo. Elijo avanzar (o retroceder, o alejarme, o moverme en cualquier dirección).
Ahora he aprendido a aprovechar esto a mi favor, evitando que las quejas de mis profesores de arte de que “nunca haces caso” me impidan aprender por ensayo y error, algo que ha hecho que mi práctica creativa sea mucho más fructífera. Esto me recuerda a una afirmación de Jean Piaget: “Cada vez que se le enseña prematuramente a un niño algo que podría haber descubierto por sí mismo, se le impide inventarlo y, por consecuencia, comprenderlo por completo”. Diría que esto es igualmente relevante para los adultes.
Otro aspecto a considerar es que, a menudo, cuando alguien nos exige o nos pide algo —ya sea un amigue, un compañere de trabajo, un jefe, un familiar o incluso un desconocide—, podemos necesitar más tiempo para analizar cómo nos afecta o requerir más información de la que se nos da inicialmente. Por ejemplo, a menudo me resisto cuando me piden algo si no tengo claro el porqué y el cómo de lo que se me pide, o si no puedo visualizar todos los pasos implicados y cómo encajan en el panorama general.
Aprecio especialmente poder dilucidar si lo que se me pide tiene sentido, y muchas veces puedo encontrar una forma mejor o más eficiente de hacerlo (los flujos de trabajo y el diseño eficiente/efectivo son una especie de obsesión para mí). Esto a veces se interpreta como ser “difícil” o “no cooperar”. Es cierto que a veces puedo estar evaluando si quiero participar en absoluto (lo cual siento está justificado ya de por sí), pero en otras ocasiones es sólo que necesito más información y antecedentes para sentir que puedo realizar una tarea adecuadamente, incluso estando dentro de lo que se consideraría una solicitud normal en el trabajo o en la vida familiar (y que quizás sea una tarea obvia para otres).
En el mundo ideal en el que me gustaría vivir, la “evitación” nunca se caracterizaría como patológica. Siempre se entendería como un deseo de autonomía y elección, con una necesidad fundamental y comprensible subyacente.
Cada vez que encontramos a alguien obstinade, o cada vez que sintamos esta resistencia o bloqueo en nosotres mismes… ¿qué pasaría si en lugar de considerarlo un problema de comportamiento o un fallo, sintiéramos verdadera curiosidad al respecto?
* La psicóloga infantil Elizabeth Newson acuñó el término por primera vez en los años 80.

Comentarios Recientes